domingo, 19 de septiembre de 2010

SI NO TE HUBIERAS IDO

Tengo la sensación de recién haber abierto los ojos bajo el agua.

Todo está negro.

Todo está rojo.

Todo está negro.

Todo está verde.

Todo está negro.

Todo está azul. Floto.

Veo hacia abajo y ahí está mi mano, abierta a medias como la de Cristo resucitado, en un charco de sangre.

Todo está negro.

Todo está amarillo. Amarillo como el domingo aquél en que bajo el sol nos topamos en Chichicastenango y me vio y lo vi y me dijo me llamo Joaquín y decidimos caminar juntos y le mostré la iglesia con sus santos vestidos con telas típicas y terciopelo y le mostré mi puesto favorito, el de los güipiles de seda. Todo era de colores. Todo es de colores. Ahí estamos otra vez; ahora mismo está ocurriendo. Huelo su sudor. Le beso la axila. Siento la piel de su mejilla recién rasurada rozando mi muslo.

Todo está negro.

Todo está blanco.

Negro.

Rojo. Rojo como cuando Joaquín me dijo te amo y me vio fijamente a los ojos y yo supe que era verdad, tan verdad como cuando le respondí en silencio, con un beso salado de lágrimas; los dos con barba, la suya de meses, la mía de días. Ahí estamos, abrazados. Pero yo aquí estoy, también, encima mío y de mi charco. Y floto.

Negro.

Verde. Verde como la grama de nuestra casa en San Lucas. Estamos jugando con Punteleste, el chucho que adoptamos. Nos revolcamos en la grama y nos cagamos de la risa y nos besamos y nos hablamos y me cuenta otra vez de su vieja que murió cuando era niño y del padre que siempre quiso conocer. Ahora comemos pasta sentados en la grama y así, agachado, le veo la panza que antes no tenía. Y lo amo. Y se lo digo. Y me tira y me besa, con Punteleste encima de nosotros, moviendo la cola casi con la misma excitación con que yo le bajo a Joaquín el pantalón.

Negro.

Azul. Me paro sobre mí y me veo iluminado por el azul, con los ojos muy abiertos y la lengua casi de fuera.

Negro.

Amarillo, como cuando le dio hepatitis y lo cuidé y se puso flaquito, flaquito y estuvimos solos casi tres semanas, yo mostrándole las películas que él no había visto y que yo quería que viera; él, atento y receptivo a mis opiniones, a mis tonterías, a mis carcajadas y yo a su medicina y a sus ojos y a su dieta y a su sonrisa de dientes torcidos. Aquí estamos mi Joaquín y yo; pero él en realidad no está y yo no estoy sino que floto.

Negro y se oye negro y en la oscuridad siento el charco de sangre apestosa a metal expandirse bajo mi cuerpo tirado en el suelo.

Blanco, como su camisa de ese día, con la que se veía tan guapo; y aquí vamos en el carro y un hombre en moto se nos atraviesa y yo freno de súbito para no atropellarlo y de pronto llegan otros tres cabrones, tres hijueputas que me piden las llaves del carro y yo digo coman mierda y le pegan a mi Joaquín una patada que lo deja tirado de dolor y a mí nada y le gritan maricón y a mí nada y me quitan las llaves del carro y mi celular y se montan al carro y el que no se ha montado todavía se ríe y le grita a Joaquín canche hueco y escucho el disparo y lo veo ahí, sin poder hacer nada, encharcarse como me encharco yo ahora, pero yo porque quise y él, por nada. Y a mí, nada. Eso fue hace cuatro meses, pero también es ahora. Sigue ocurriendo.

Todo está negro.

Todo está rojo.

Todo está negro.

Todo está verde.

Todo está negro y me veo hace media hora encender los foquitos del chiribisco que no sé bien para qué adorné (para sufrir más, tal vez) y tomo el cuchillo y me siento en nuestra mecedora y me dibujo una zanja dolorosa en las muñecas, vertical, como debe hacerse para que sí funcione y siento lo caliente y me mareo y me veo a mí mismo escaparme por las heridas a buscar a mi Joaquín.

Todo está azul.

Todo está negro.

Todo está amarillo. Suenan los cohetes. Ya son las doce.

Y suena el teléfono. Sé que es ella, mi mamá, llamando para ver cómo estoy. Sólo lo sé. Y yo aquí, encima mío pero tirado al lado del arbolito de bombas rojas porque no quiero vivir sin él; mi cuerpo iluminado intermitentemente por foquitos que cambian de color. Pobre mi madre: me cagué en su navidad.

Todo está negro y el teléfono sigue y sigue también el árbol. Rojo. Negro. Verde. Negro. Azul. Negro. Amarillo. Negro. Blanco.


7 comentarios:

  1. no tengo palabras para decirte que es tan profundo y te dice tantas cosas a la vez tienes la extraña particularidad de que todo lo que escribes me resulta tan corto quisiera saber mas conocer que fue de tus personajes que es de su familia que fue de su niñes y asta sus mas privados sentimientos como les gusta el café y sobre todo quienes fueron me dejas con la ganas de eso y mas.

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  2. Se me antoja tan íntimo y a la vez tan universal. Tan hermoso y complejo, tan simple y tan sutil. Como esa cucharada de azúcar que se te pasa en el té y lo convierte de sublime en intolerable. Simplemente me fascinó. Felicitaciones. Me encanta.

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  3. Una calidad de prosa excelente, Juan. Conmovedor tu cuento. Bien!

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  4. me gusta, me gusta! me gusta demasiadoooo!

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