sábado, 20 de marzo de 2010

SECRETO DE CONFESION

Luego de varias semanas sin post alguno, retomo mi blog con un tema que requiere total discusión y absoluta apertura: las constantes (y nuevamente retomadas) denuncias de abuso sexual a menores por parte de sacerdotes católicos. No puede no discutirse, pero tampoco puede ser discutido sin elementos objetivos suficientes. Transcribo dos columnas sobre el problema: la primera, de Gustavo Berganza, publicada el martes 16 de marzo en elPeriódico; la segunda, de Carolina Escobar Sarti, el jueves 18 en Prensa Libre. Con respecto a la primera, me parece importante remitirse también a los comentarios de los lectores, mediante el link adjunto, no tanto por los aportes per se, como para analizar la postura general de nosotros, la gente común.

Homofobia, pedofilia y celibato por Gustavo Berganza - El clero no tiene el monopolio de los abusos contra menores.

Charles J. Scicluna, promotor de justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una entrevista difundida para neutralizar un nuevo escándalo de pedofilia que toca al mismo papa Ratzinger, ha insistido en la interpretación que el Vaticano impulsa respecto de este delito contra la infancia.
En efecto, Scicluna retoma la definición acuñada en septiembre pasado, por Silvano Tomasi, el observador permanente del Vaticano ante la ONU. Tomasi, al responder a una denuncia presentada ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (CDHONU) habló de diferenciar entre pedofilia y efebofilia. Esta última la precisó como “una atracción homosexual hacia adolescentes varones”, e indicó que “de todos los sacerdotes implicados en los abusos, entre 80 y 90 por ciento pertenecen a esta orientación y se involucran sexualmente con muchachos adolescentes de edades comprendidas entre 11 y 17 años”. Esta definición tiene al menos 2 implicaciones: la primera, que menos del 20 por ciento de los sacerdotes son, en sentido estricto, pedófilos; y la segunda, que el problema es la homosexualidad, la mayoría de sacerdotes hechores.


En la entrevista que hizo circular el Vaticano el pasado fin de semana, realizada por el diario Avvenire, de la Conferencia Episcopal Italiana, Scicluna dijo que de los 3 mil casos de abusos que investiga su oficina, “grosso modo, en el 60 por ciento de esos casos se trata más que nada de actos de ‘efebofilia’, o sea, debidos a la atracción sexual por adolescentes del mismo sexo; en otro 30 por ciento de relaciones heterosexuales y en el 10 por ciento de actos de pedofilia verdadera y propia, esto es, determinados por la atracción sexual hacia niños impúberes. Los casos de sacerdotes acusados de pedofilia verdadera y propia son, entonces, unos 300 en 9 años. Son siempre demasiados, es indudable, pero hay que reconocer que el fenómeno no está tan difundido como se pretende”.
De acuerdo. Y tal como dijo su colega Tomasi ante el CDHONU –es cierto que el clero católico no tiene el monopolio de la pedofilia– porque “el 85 por ciento de los que cometen abuso sexual de los niños son familiares, niñeras o niñeros, vecinos, amigos de la familia o parientes cercanos”.


Sin embargo, la diferencia quienes menciona Tomasi y un cura es que ninguno de aquellos pretende ser intermediario divino, o tienen voto de castidad, ni forma parte de una poderosa transnacional que los sustrae del alcance de la ley civil.
La homofobia de la iglesia católica les ha llevado a construir un vínculo automático entre homosexualidad y pedofilia: hay pedófilos porque hay homosexuales, es el dictum implícito en la declaración de Tomasi, reforzado ahora por Scicluna en su defensa de Ratzinger.
Al clero católico le iría mejor si, como sugirió la semana pasada el Arzobispo de Viena, el Vaticano cambiara sus ideas sobre la vida sexual. En ese sentido, aparte de reconocer el fracaso del voto de castidad y lo absurdo del celibato, también le convendría erradicar su homofobia.
(Link a la nota en la versión electrónica de elPeriódico, con comentarios de los lectores:
http://www.elperiodico.com.gt/es/20100316/opinion/142241/)


Secreto de confesión por Carolina Escobar Sarti

“Serás mi chico especial”, le dice el cura pederasta al niño de 5 años. A partir de ese momento, la vida del niño cambiará para siempre. Si se atreve a hablar, como ha sucedido en algunos casos, será marginado en su comunidad por atreverse a deteriorar la imagen del enviado de Dios y será llamado en su escuela “la niñita del cura”. Si no habla, como ha sucedido en otros casos, pasarán décadas de una rabia contenida que se irá acumulando y que afectará definitivamente toda su vida. En cualquier caso, la autoridad eclesial le pedirá siempre registrar el abuso como un secreto de confesión y centrar su vida en el perdón.

Sin duda, la fe es lo más digno que le va quedando a los seres humanos. El problema es que unos han convertido a las iglesias en plazas de mercaderes y, otros, en cárceles de cuerpos y almas. En casos de pederastia, tenemos que remitirnos a un documento que se mantuvo, por mucho tiempo, en secreto en el Vaticano: el Crimen Sollicitationis. Este es un obsceno texto de 39 páginas producido en 1962, que establece los procedimientos a seguir cuando un sacerdote católico es acusado de aprovechar la confesión para penitencias con propósitos sexuales, y cuáles son las formas de encubrir estas violaciones. Es un manual perfecto de encubrimiento y complicidad en el caso de violaciones a menores (versión en latín http://www.cbsnews.com/htdocs/pdf/crimenlatinfull.pdf y link de Wikipeia: http://es.wikipedia.org/wiki/Crimen_sollicitationis).

El papa actual, Joseph Ratzinger, fue por varias décadas un fiel guardián de tal documento y fue quien, en el 2001, se asegura que el mismo sea revisado para que, al final, el Vaticano tenga la “competencia exclusiva” de conocer y decidir sobre los casos de sacerdotes pederastas. Tom Doyle, experto en Derecho Canónico, quien fuera uno de los predilectos en Roma alguna vez, fue marginado por señalar en voz alta los abusos contra menores. En un video producido por la BBC (http://www.youtube.com/watch?v=vBRpxLR_BCU&NR=1), Doyle habla de este documento como una política escrita dictada desde el Vaticano para controlar todo el proceso, por lo cual él asegura que ni la política ni el tratamiento sistemático a este tipo de casos han cambiado.

Al estilo de cualquier ejército que impone que sus soldados sean juzgados únicamente en cortes militares, esta otra mafia privilegia la protección de sacerdotes pederastas a la de miles de menores en todo el mundo. Los sacerdotes son rotados a congregaciones más pobres donde difícilmente serán denunciados, algunos viven como fugitivos al amparo de la Iglesia en los alrededores del Vaticano, o son enviados a las áreas especiales de retiro en distintos países. Esto habla de una vergonzosa impunidad cubierta por el manto de lo sagrado, que es sinónimo de lo intocable.

Según el secretario general de la Conferencia Episcopal de México, Leopoldo González, la pederastia no es un delito, sino un “error” que hace ver a los curas “más humanos”, frente a una feligresía que por ello, “los aprecia más”, (http://rmenjivar.blogspot.com/2009/04/errores-curas-pederastas-y-leyes.html ). Obispos de todas partes del mundo han protegido a curas pederastas, incluso por la vía de las amenazas a las víctimas y sus familias. Y un fiscal de Distrito en Phoenix dice que nunca, en toda su carrera, le habían obstaculizado tanto las investigaciones como lo hizo la Iglesia en casos de curas señalados de pederastia. ¿Y es esta santa mafia la que impone a la juventud la castidad y a las mujeres el uso de su cuerpo solo para la reproducción? No cabe duda que el cuerpo es el territorio donde los más sofisticados sistemas de control y culpa se encarnan.