Robertío está hincado en el suelo.
Robertío está hincado en el suelo de un cuarto mugroso, con sus zapatos negros pulcramente lustrados, como siempre. Robertío está pensando en que, por la posición, las puntas de sus zapatos negros pulcramente lustrados se le van a ensuciar.
El pantalón de lona de Robertío – uno de esos que todavía tienen la cintura donde se supone que está la cintura (y no esas huecadas de ahora con cintura baja, dice siempre Robertío) – está planchado y con quiebres nítidos. Precisamente hoy por la mañana Robertío le preguntó gritando a su mamá ¿acaso ni eso podés hacer bien? Ni modo: quiebres nítidos, aunque a su mamá (como a la mayoría) le parezca que los pantalones de lona se ven tontos así, tan bien planchados.
Los pantalones de lona con quiebre de Robertío están firmemente ceñidos a su cintura por un cincho negro demasiado formal para un pantalón de lona, pero que Robertío se esmera en siempre mantener limpio y sin rayones, con la hebilla muy brillante y sin manchas de dedos. Hoy, sin embargo, el cincho no va a durar mucho ni así de limpio ni así de bien ceñido.
Robertío, que siempre huele a camisa recién planchada y hoy no es la excepción, tiene puesta una camisa celeste demasiado formal para su pantalón de lona con corte pasado de moda. Aunque Robertío, como a diario, se puso desodorante antitranspirante (en spray, del que trae talco), tiene las axilas muy sudadas. Cualquiera en su situación las tendría. Las manchas de sudor se notan mucho, porque Robertío está hincado en el suelo de un cuarto mugroso, con las palmas de ambas manos atrás de la cabeza. Atrás de Robertío está parado un tipo con un cuchillo en la mano. La punta del cuchillo, claro, está puesta amenazadoramente sobre la nuca de Robertío. Robertío, entre todo su sudor, piensa en lo mugroso del suelo y en qué putas piensan hacer estos dos choleros asquerosos.
Enfrente de Robertío está parado el otro cholero asqueroso que, hace media hora, primero se le quedo viendo fijamente y luego se acercó a hablarle babosadas y luego le dijo guapo y luego le mostró la pistola que traía escondida entre lo que parecía una masa impulcra de vello púbico y luego, medio a la fuerza, junto con el del cuchillo, lo trajo al cuarto mugroso este y lo pusieron de rodillas con las manos atrás de la cabeza. El hombre de enfrente, con una sonrisa de cholero asqueroso y con las palabras arrastradas emitidas en una voz demasiado afeminada como para provenir de alguien tan peludo, dice: Me la vas a tener que mamar bien rico o te lleva la gran puta, maricón de mierda, mientras con la mano izquierda se pasa la pistola para atrás y con la derecha se baja el zípper lentamente.
A Robertío se le abren los ojos más de la cuenta al ver esa verga enorme, gorda y rodeada de lo que parece un mar de pelo negro, salir de detrás del zipper. Nunca ha visto una tan grande. Sus anteojos de aro dorado se quedaron tirados quién sabe dónde. Su pelo, peinado como niño bueno con mucha – demasiada – gelatina, ya está un poco alborotado, aunque Robertío todavía no se ha dado cuenta. El cholero asqueroso se corre hacia atrás el prepucio y pone la pija en los labios de Robertío, que todavía los tiene apretados. Robertío siente olor a jabón. Menos mal, piensa Robertío, no hay nada peor que la gente sucia.
Esa doble moral que para nada es extraña en esta sociedad que nos enseña el "No" pero, curiosamente y en forma estable, rara vez nos viene acompañado de una "explicación" diferente a: "porque es malo", "porque es pecado" o la favorita de muchos y de todos los tiempos, "porque sí".
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